Se cumple por estas fechas un año de un acontecimiento digno de memoria y aún más de conmemoración. El lector un punto más que avispado –o sea, enteradillo- habrá intuido que hablo del primer aniversario de la victoria electoral de Rajoy. Pues, no señor. Me refería a la apoteosis de Zapatero, a su ingreso en el Olimpo en calidad de dios de las nubes –dignidad que, según la mitología, vacaba desde que Neptuno cambió de negociado.
Porque que el aniversario de la llegada de Rajoy al gobierno sea digno de celebración o aun de recuerdo es cosa que todavía está por ver. Por el momento, todo lo bueno que puede decirse del gobierno Rajoy está en potencia. Está en su ser, en la esencia, pero no se materializa, no toma forma. El gobierno del PP tiene unos magníficos elementos, en potencia. En todo caso, aunque no admitamos lo anterior, la valía relativa de este gobierno es incuestionable.
¿Acaso alguien echa de menos –dejando a una parte, cielos, la irreparable pérdida para el mundo del chiste, la comedia, la sátira y las artes del cachondeo en general- a las ministras Vogue de Zapatero? ¿Alguien, en su sano juicio, encomendaría la construcción de su casa a la ministra de vivienda, Antonia Trujillo, la de los pisos de 30 metros cuadrados, más chicos que los del Ikea; o se dejaría operar por Leire Pajín, o por la “señorita Trini”; o, se alistaría en una tropa mandada por Carmelita Chacón; o pondría la gestión de cualquiera de sus asuntos, incluso el más insignificante, como freír un huevo, en manos de Bibiana?
Y es que, como decía San Agustín, si me considero no valgo nada, pero si me comparo…Y, claro, si comparamos no hay color. Eso está en el haber de este gobierno. Luego también está la decencia, por el momento. Como lo estuvo con los gobiernos de Aznar respecto a los de González. La actual vicepresidenta, ni aunque se lo propusiera, podría alcanzar un grado de putrefacción como el de los vicepresidentes Chaves o Bono; ni en general todo el gobierno, la corrupta indecencia de ministros zapateristas como Fernández Bermejo, Pepiño Blanco, Elena Espinosa, González Sinde, o el Rasputín Rubalcaba, muñidor de todas las infamias perpetradas por el zapaterismo. Ya es algo.
Lo negativo (no quiero decir “el debe”, que es mentar la soga) pues, sobre todo, que Rajoy se parece mucho a Zapatero. Rajoy imita a Zapatero en la forma de gobernar. Es decir, Mariano Zapatero hace una política de ocurrencias. Mariano abandonó su programa electoral a las dos semanas de tomar posesión, y desde entonces, como ZP, gobierna reactivamente, espasmódicamente. Fruto de lo cual es el rumbo errático del país, y la incertidumbre que ello genera sobre nuestro futuro. Yo creo que por eso no baja la prima de riesgo; indicador, al parecer, de certezas, que nadie encuentra hoy, no ya en nuestra economía, sino en nuestro destino como Nación.
Y de esa incertidumbre tiene buena culpa la actitud de Mariano respecto a los nacionalismos y al problema de ETA. Igual que ocurrió con Aznar respecto a la corrupción socialista, Rajoy también ha decidido “pasar página” y dar por buenas las políticas de Zapatero. Es una de las peores, tal vez la peor, actitudes que ha podido adoptar: la tibieza. Le ha faltado valor para hacer volar por los aires lo peor de la era Zapatero: la condescendencia, si no el aliento, con las aspiraciones separatistas de los nacionalismos vasco y catalán; y la negociación con los terroristas –el mal llamado proceso de paz-, la legitimación de la “lucha” de ETA, trasladando a la sociedad el mensaje, horrible mensaje, de que la violencia rinde sus frutos. Resultado de lo cual es el impío abandono de las víctimas, y una banda terrorista presente en las instituciones del Estado, incluso gobernando en ciertos ámbitos. Y un País que se desmorona zafiamente, lejos de cualquier épica o grandeza, si es que eso pudiera, al menos, servirnos de consuelo. Adiós España.
Luego está también la nefasta política en materia de Administraciones públicas. Nefasta. En manos del ministro más inútil del gobierno. Por un lado, incurre en el mismo pecado, es decir, la tibieza, el dontancredismo, la falta de valor para abordar un problema que está también en el origen de nuestra ruina, el del modelo de organización territorial. El problema de las autonomías faraónicas, las diputaciones faraónicas, los servicios territoriales faraónicos, los consorcios faraónicos, los ayuntamientos faraónicos; en suma, una estructura territorial que, como mínimo, multiplica por cuatro los centros de poder y gestión de los servicios públicos, y además, a lo grande, que no falte de ná. Ni siquiera la embajada de la comunidad de vecinos del bloque A en el B.
Y, por supuesto, la errónea, e injusta, política en materia de Función Pública. Que ha tomado al funcionariado como chivo expiatorio. Se equivocan radicalmente alimentando en la sociedad la especie de que el funcionariado es el causante de los males de este país y de la crisis económica. Se equivocan alimentando una durísima campaña de desprestigio de la Función Pública y adoptando parejamente medidas fuertemente punitivas, inocuas como solución de ninguno de los problemas del país, pero, incluso, crueles. El ministro más inútil y mentiroso de este gobierno, transmite deliberadamente a la ciudadanía la confusión entre sector público y Función Pública. Criminaliza a ésta última y no toma medidas respecto al gravísimo problema que representa lo primero, que es su hipertrofia, su metástasis. Cualquier ayuntamiento de tres al cuarto tiene empresas, agencias, consorcios, fundaciones y delegaciones in partibus infidelis. No digamos ya el Estado o las autonomías.
Y se equivocan porque esa es la forma más torpe de hacerle el juego al totalitarismo, por ejemplo, andaluz; que ya no esconde que una Función Pública profesional, independiente, inamovible y sometida a la ley y al derecho constituye el principal obstáculo contra la corrupción y la principal garantía de los derechos de la ciudadanía.
De los impuestos prefiero no hablar porque acabo de pagar el segundo plazo del IRPF y -como los socialistas- prefiero no hablar “en caliente”.
Así que, feliz primer año Mariano.
Max estrella, cesante de hombre libre.
Porque que el aniversario de la llegada de Rajoy al gobierno sea digno de celebración o aun de recuerdo es cosa que todavía está por ver. Por el momento, todo lo bueno que puede decirse del gobierno Rajoy está en potencia. Está en su ser, en la esencia, pero no se materializa, no toma forma. El gobierno del PP tiene unos magníficos elementos, en potencia. En todo caso, aunque no admitamos lo anterior, la valía relativa de este gobierno es incuestionable.
¿Acaso alguien echa de menos –dejando a una parte, cielos, la irreparable pérdida para el mundo del chiste, la comedia, la sátira y las artes del cachondeo en general- a las ministras Vogue de Zapatero? ¿Alguien, en su sano juicio, encomendaría la construcción de su casa a la ministra de vivienda, Antonia Trujillo, la de los pisos de 30 metros cuadrados, más chicos que los del Ikea; o se dejaría operar por Leire Pajín, o por la “señorita Trini”; o, se alistaría en una tropa mandada por Carmelita Chacón; o pondría la gestión de cualquiera de sus asuntos, incluso el más insignificante, como freír un huevo, en manos de Bibiana?
Y es que, como decía San Agustín, si me considero no valgo nada, pero si me comparo…Y, claro, si comparamos no hay color. Eso está en el haber de este gobierno. Luego también está la decencia, por el momento. Como lo estuvo con los gobiernos de Aznar respecto a los de González. La actual vicepresidenta, ni aunque se lo propusiera, podría alcanzar un grado de putrefacción como el de los vicepresidentes Chaves o Bono; ni en general todo el gobierno, la corrupta indecencia de ministros zapateristas como Fernández Bermejo, Pepiño Blanco, Elena Espinosa, González Sinde, o el Rasputín Rubalcaba, muñidor de todas las infamias perpetradas por el zapaterismo. Ya es algo.
Lo negativo (no quiero decir “el debe”, que es mentar la soga) pues, sobre todo, que Rajoy se parece mucho a Zapatero. Rajoy imita a Zapatero en la forma de gobernar. Es decir, Mariano Zapatero hace una política de ocurrencias. Mariano abandonó su programa electoral a las dos semanas de tomar posesión, y desde entonces, como ZP, gobierna reactivamente, espasmódicamente. Fruto de lo cual es el rumbo errático del país, y la incertidumbre que ello genera sobre nuestro futuro. Yo creo que por eso no baja la prima de riesgo; indicador, al parecer, de certezas, que nadie encuentra hoy, no ya en nuestra economía, sino en nuestro destino como Nación.
Y de esa incertidumbre tiene buena culpa la actitud de Mariano respecto a los nacionalismos y al problema de ETA. Igual que ocurrió con Aznar respecto a la corrupción socialista, Rajoy también ha decidido “pasar página” y dar por buenas las políticas de Zapatero. Es una de las peores, tal vez la peor, actitudes que ha podido adoptar: la tibieza. Le ha faltado valor para hacer volar por los aires lo peor de la era Zapatero: la condescendencia, si no el aliento, con las aspiraciones separatistas de los nacionalismos vasco y catalán; y la negociación con los terroristas –el mal llamado proceso de paz-, la legitimación de la “lucha” de ETA, trasladando a la sociedad el mensaje, horrible mensaje, de que la violencia rinde sus frutos. Resultado de lo cual es el impío abandono de las víctimas, y una banda terrorista presente en las instituciones del Estado, incluso gobernando en ciertos ámbitos. Y un País que se desmorona zafiamente, lejos de cualquier épica o grandeza, si es que eso pudiera, al menos, servirnos de consuelo. Adiós España.
Luego está también la nefasta política en materia de Administraciones públicas. Nefasta. En manos del ministro más inútil del gobierno. Por un lado, incurre en el mismo pecado, es decir, la tibieza, el dontancredismo, la falta de valor para abordar un problema que está también en el origen de nuestra ruina, el del modelo de organización territorial. El problema de las autonomías faraónicas, las diputaciones faraónicas, los servicios territoriales faraónicos, los consorcios faraónicos, los ayuntamientos faraónicos; en suma, una estructura territorial que, como mínimo, multiplica por cuatro los centros de poder y gestión de los servicios públicos, y además, a lo grande, que no falte de ná. Ni siquiera la embajada de la comunidad de vecinos del bloque A en el B.
Y, por supuesto, la errónea, e injusta, política en materia de Función Pública. Que ha tomado al funcionariado como chivo expiatorio. Se equivocan radicalmente alimentando en la sociedad la especie de que el funcionariado es el causante de los males de este país y de la crisis económica. Se equivocan alimentando una durísima campaña de desprestigio de la Función Pública y adoptando parejamente medidas fuertemente punitivas, inocuas como solución de ninguno de los problemas del país, pero, incluso, crueles. El ministro más inútil y mentiroso de este gobierno, transmite deliberadamente a la ciudadanía la confusión entre sector público y Función Pública. Criminaliza a ésta última y no toma medidas respecto al gravísimo problema que representa lo primero, que es su hipertrofia, su metástasis. Cualquier ayuntamiento de tres al cuarto tiene empresas, agencias, consorcios, fundaciones y delegaciones in partibus infidelis. No digamos ya el Estado o las autonomías.
Y se equivocan porque esa es la forma más torpe de hacerle el juego al totalitarismo, por ejemplo, andaluz; que ya no esconde que una Función Pública profesional, independiente, inamovible y sometida a la ley y al derecho constituye el principal obstáculo contra la corrupción y la principal garantía de los derechos de la ciudadanía.
De los impuestos prefiero no hablar porque acabo de pagar el segundo plazo del IRPF y -como los socialistas- prefiero no hablar “en caliente”.
Así que, feliz primer año Mariano.
Max estrella, cesante de hombre libre.
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